Yo pasé cuarenta años buscando la música dentro de mí. Ese sonido esquivo de mi alma. Ecos que retumban dentro de uno. Y resultó que hay cosas por las que merecen la pena esperar. La música es una de ellas.
La música como las personas. Las hay tristes y alegres, desesperantes y desesperadas. Las hay complejas y sin complejos. Las hay que te llegan hondo, esas que echan el ancla en tu alma e incansables, de las que se te tatúan en tu piel a base de escuchar con tremenda existencia. Las que enamoran o las que odias por lo que supusieron en una vida anterior. Las que nacieron tras una borrachera o del silencio de una iglesia. Las hay que envidias no haberlas escrito y tocado y, al contrario, de las que te arrepientes que el destino pusiera en tus dedos. Y por último las hay que te acompañarán siempre en este maravilloso, irrepetible, inolvidable y único viaje que es la vida.
No permitáis que vuestra música muera dentro de vosotros. Sería como si un corazón dejara de latir. El ritmo, la melodía y la entonación depende de vosotros. Dejad que las notas vuelen a través de la partitura, realizando piruetas imposibles en vuestra mente. Convertíos en los directores de orquesta de vuestra propia sinfonía.
La música son sonidos esquivos de nuestras almas.
Os deseo a todos que escribáis muchas composiciones musicales de esas de las que siempre estarán, quedarán y permanecerán. Y recordad en esta vida quienes de verdad suenan y tienen luz propia son los seres humanos.