LA LUCIÉRNAGA DE AFRICA

Allí estaba ella, Zahira una joven de treinta años encorvada y arrugada como una pasa.

No había conocido el amor. El peso de dos violaciones a manos de soldados paramilitares de su país, el abandono de su propia familia era una carga demasiado pesada, dolorosa y constante para que una se enamore. Los surcos de su cuerpo eran reflejo de las mutilaciones de su alma. Aunque la luz de sus ojos reflejaba esa inocencia interrumpida.

Me admiraba como su valentía la permitía amar a alguien más que así mismo. Emprender una nueva batalla aunque su cuerpo cicatrizado estaba lleno de odio, sin razón y brutalidad humana.

En un instante, como si del ocaso del sol se tratase, el tiempo se detuvo. Nuestras miradas se cruzaron. Me perdí en sus kilométricas pestañas e inmensos ojos color miel. ¡Que belleza!.

Pensé que sería de necio, irresponsable e ignorante ponerme en su lugar. Alguien que ha perdido trozos de su cuerpo, de su corazón y de su dignidad a tan temprana edad merece todos mis respetos. Pero lamentablemente la vida es tan corta, para no ser feliz, para no amar, para no reír, para no creer, para no soñar, que tenemos el derecho de vivir intensamente este único, excepcional e irrepetible viaje que es la vida.

Entonces la vi.
Ella sonrió.

Deja un comentario

Este sitio web utiliza cookies, tanto propias como de terceros, para recopilar información estadística sobre su navegación y mostrarle publicidad relacionada con sus preferencias, generada a partir de sus pautas de navegación. Si continúa navegando, consideramos que acepta su uso. Acepto Más información aquí, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies