Hoy veía a una mujer teclear su ordenador con una rabia, un nerviosismo y una impotencia desmesuradas. Sus pies botaban sobre el suelo como si estuvieran poseídos por un centenar de saltamontes. Era la hora de comer de un viernes a mediados de un caluroso mes de julio. Y pensaba: ¡Esto no puede seguir así!
Vivimos en la insatisfacción continuada. Lo queremos todo ya y aquí. Aunque ya y aquí signifique mal y de perfil. Educamos en la competitividad: “tienes que hacer más, tienes que tener más, tienes que ser más que el otro.” Valoramos a las personas por las posesiones materiales que aglutinan a lo largo de su vida, en vez del legado que dejan en el corazón de otras personas.